GONZALO BARRENA

(Para el catálogo de la exposición “Matérica”. Itinerante por varias localidades. 2000 - 2001)

 

Matérica.

 

    No es el primer pintor a quien el tema de sus cuadros le importa después de realizados. Él también es de esos. Mancha el soporte, acopla los trazos, averigua poco a poco de qué está hablando y al final aparece el tema; posiblemente, el tema que quiera entrever la mirada del espectador -usted-. Al pintor le importa más la composición, el color o la textura: se trata de elegir -siempre elegir- entre los aspectos técnicos o los literarios en el mensaje plástico. Por eso, entre las obras que componen esta exposición, predominan los productos sin título o con denominaciones genéricas...paisaje...árboles...calzada...

    Quizá los epígrafes sean suficientes, quizá sea recomendable dejar así, a su suerte, ciertas obras de arte: aquellas que puedan defenderse solas ante la percepción. O aquellas que puedan establecer una relación dialéctica con cada espectador o grupo, que no merezcan ser determinadas en su nacimiento por el artista, que a veces no está llamado a ser más que intermediario.

    Paisaje...Uno de los heterónimos de Pessoa  afirma que la mayor parte de lo que hay en este mundo es paisaje. Titular así, por tanto, es invitar al mundo, con la suficiente apertura como para no constreñir la experiencia -obligadamente individual- del observador. Adviértase no obstante que con ello no se puede comprender al pintor dentro de la categoría de los neutrales:  ya elige el campo desde el que quiere comunicar y se arriesga más aún con la textura o el color, a sabiendas de que no logrará -así- pintar cuadros que complazcan a las amigas de su madre, de las madres, parte confortable del ser que anida en cualquiera. ¿En ti?

    La exposición se quiere titular Matérica por la importancia que reviste en la ejecución el juego con la dimensión material. Las mezclas se producen sin interrupción, transitando del óleo a lo acrílico, al esmalte, al grafito... tampoco se renuncia a incorporar objetos a la tabla. ¿Por qué habría de hacerlo?. Así, el resultado es literalmente una arquitectura de cosa, trazo, color y forma. En su mitad, lo material ocupa un lugar protagonista. La sensación que transmiten las obras, por tanto, dista de ser plana: se ven bultos, formas discretas y relieves que salen en busca de la mirada. El pintor lo quiere así. Acierta.

 

   UNA NIÑA con el pelo cayendo sobre la frente, despeinada y rubia, juega con el óleo que alguien dejó descuidadamente a su alrededor. Cuando se cansa, hace saltar la tapa de otra química y la incorpora al fondo sobre el que actúa: una tabla puesta allí por el azar. Se llama Alba y es la hija. Paco Sanchidrián completa a veces -como todos los padres del mundo mundial- las tareas dejadas a medias por los que son más pequeños. En ocasiones, no hacemos otra cosa que completar el impulso o dejarnos arrastrar por él: lección que da la infancia, muy pronto olvidada por el ser adulto, enredado en roles y tareas que asfixian la naturalidad. Deberes a que está obligado el artista por el oficio: dar rienda y oxígeno a lo más ingenuo que habite en nosotros y quiera comunicar. Debiéramos prestar más oídos al niño que -desde dentro o desde fuera- estorba las rutinas. Muchas obras de Sanchidrián reflejan esa madurez: hacerse cómplice del impulso e ir añadiendo consciencia a lo que sale fresco, nuevo, que en eso consiste siempre crear.

    Alrededor de su casa se perciben también restos y rastros de la actividad. No debiera existir solución de continuidad entre la vida y la obra de un pintor. Paco Sanchidrián y una mujer castellana que se llama Fuen levantaron con sus propias manos la cara y la imagen de una casa en Anleo, Navia, occidente de Asturias. Está cerca del mar y sumergida en un valle verde, como es obligación de la tierra esa. En el exterior, Manuel, el hijo mayor juega al fútbol contra un equipo imaginario. Cultiva sus sueños con el esmero de los que ansían algo... libertad para los que ansían algo. Ese deporte entretiene también la veleidad del que pinta: es un cachivache más de su mundo, como cualquiera de las aficiones efímeras sobre las que va cabalgando la vida del hombre. Como restaurar.

    Mil objetos de formas insólitas guardan el exterior del taller. Esperan la mano que les devuelva la belleza. Algunas máquinas se purifican así de la intención que nunca tuvieron. Algunas recuperan incluso su función. Y la sensación que provocan los objetos, incorporados o no a la producción artística es la de una procesionaria de materiales que confía pasivamente en este artista de la materia que vino con lo más transportable a esta exposición, naufragio de todo lo que se puede decir, huida hacia el existir con lo más o menos indispensable: exposición. Detrás de la cortina, existe un mundo que no se puede confesar pero que alimenta igualmente. Aunque no esté aquí, aunque no se ofrezca a la vista. Algunas maderas de las que cuelgan en esta exposición miraban el paisaje desde la casa antigua: fueron ventanas antes de rejuvenecer como marcos.

 

   SEÑAS. Otro de los rasgos de su pintura es la capacidad de dejar huella, constancia -constancia material también- de que se ha pasado por aquí. En Sumer, cuna de aquella escritura que no se había separado aún de la palabra, los contenidos se significaban sobre tablas de arcilla. Las palabras con que se nombraba la acción eran términos que ahora empleamos para el acto de “grabar”, “arañar”... Paco Sanchidrián escribe sus formas de tal modo. A veces es necesario crear la textura en negativo, rayando, labrando sobre el material que se elige como fondo. La tabla permite ser más agresivo que el lienzo y por eso se prefiere como soporte: la creación es incisiva en muchos de los puntos y permite fajarse más de cerca con la realidad imaginaria. Permite agarrar los sueños por su piel y traerlos, arrastrados, hasta la luz. Ser incisivo es un forma de ser.

   A pesar de que admira -lo confiesa- a Velázquez y a Goya, la naturalidad y la idea juntas, Francisco Sanchidrián es un pintor radicalmente contemporáneo. Es decir, tiene la obligación de entresacar de la marabunta de imágenes y objetos con los que se ha venido a complicar el hombre del 2000, un poco de claridad. Por eso -y por ser enseñante de profesión- se nota en la obra una nitidez elegida. La suave pedagogía de las formas se agradece en estos tiempos de confusión y la modernidad radical de las imágenes se deja ver sin esfuerzo. Algunos cuadros, no obstante, se ejecutan desde el capricho, tributo que debe pagar todo espectador de creaciones ajenas: a veces, los colores, las formas o los meros cielos no son habituales; a veces se impone una manera de ver, Pero eso va en el oficio del visitante: una exposición, una novela o cualquier película es obligarse a una forma concreta de ver el mundo.

    Otros rastros, otras fuentes... de Kooning y sus colores agresivos, los gestos chillones y desdibujados a un tiempo, la hipérbole cromática  o formal de las composiciones... La voluntad por el objeto y un cierto ambiente picassiano también se dejan entrever en la obra que se expone. Son las querencias más o menos explícitas del autor. Pero son propios, sin lugar a duda, ciertos atrevimientos formales: por ejemplo, el intento de transgredir los límites del color. En un mundo como el nuestro, de identidades desdibujadas y pensamiento único, se puede encontrar una válvula en el color. El riesgo consiste en que el atrevimiento estalle en la cara de quien crea la salida y muchos cuadros de Sanchidrián ofrecen ese morbo por los límites: al sur, con la expresividad o en el interior, con el calor de la imagen hurtándose en el último momento a lo asfixiante.

    También constituye seña la ingenuidad radical. Antes se hablaba de la niña que acompaña al momento creador y Sanchidrián se complace en ello. Muchas tardes desgranadas en su compañía pude verlo interpretando en esa clave -y maliciosamente- el mundo, dejando que las ocurrencias frescas y livianas se adueñaran de las imágenes. La abstracción no está reñida con la gracia ni con la sencillez en el trazo. Los cuadros de Paco son así, como su mundo.

                                                                              

    ÁVILA. En medio de la exposición, asoma otra de las constantes: unos ciertos cuadros de Ávila. El tuétano del pintor es castellano, aunque los tonos sean del individuo: ocres, sepias, verdes indirectos, así quiere ver la ciudad. Todos llevamos una isla interior, a remolque de nuestra vida. Su depósito está fabricado con las arenas que sedimentó la percepción y los granos más gordos son infantiles, pertenecientes al mundo de la crianza. Ávila es sólo un lugar, pero enmarca -como toda tierra en que se nace- la antimateria de la profesión; por lo menos para aquellos que se atreven a salir de su mundo. Quizá sea eso lo que permite entrever, desde los bastidores de esta pintura, una ciudad tan sólida. Es fácil reconocer, por tanto, el fondo recio que puedan tener sus gentes o sus formas de mirar; Sanchidrián creció en medio de la piedra y la terrumbre de esa ciudad y se nota un tanto, a pesar de la obligada vida extramuros que lleva y debe llevar cualquier artista: sus cuadros de Ávila son etapa.

    Pero Ávila y todo lo que aparece aquí resulta pintado por un ser cercano: gesto que se agradece entre las gentes del arte. Se percibe su ser humano en toda la producción, conducido hilo desde las imágenes pensadas sobre el lugar castellano hasta los paisajes que se retinan en los itinerarios cantábricos. La divinidad se convierte frecuentemente en ruido, cuando quienes quieren ser artistas por designación, se ensimisman en el decir. Haciendo autocaricaturas, acaba contaminándose su arte y rompen el cordón que les une con el mundo. ¿Dónde van a buscar así las imágenes, las fuentes, los motivos...? No pasa eso aquí, ¿no ves los cuadros?.  Están fabricados por una mente criada en el barrio del mundo, amadora del saludo y la amistad heterogénea, híbrida de individuo y pueblo. Eso le da norte a la sensibilidad y salvaguarda la brújula del artista: ser pueblo y crear desde lo colectivo, desde una actitud que permanece compartible.

 

   SER TRANSITIVO. También, ser transitivo. También. “Producir acción que produce” pudiera ser otra forma de decir cosas acerca de esta pintura. No debe interpretarse la acción en compartimentos estancos: entre los muebles viejos, puestos otra vez a existir, la escultura que compone su casa o la del amigo, las paredes sobre las que cuelga ideas camino del bar, las láminas de muchos trabajos hechos con textos -cuando ilustra cosas de otros- la fascinación por la música o las producciones audiovisuales y la manera de empatar arte y vidas, también son asuntos de este individuo. Lo vi enseñando a ver, discutí mil veces con él sobre Picasso y la línea que separa el arte del arte, objeté la manía de Barceló -que él comparte- de pegarles objetos a los cuadros-objeto y tuve que interrumpir la conversación en los finales de copa o liga. Esta pintura es de un ser vivo, con querencias ilógicas por determinadas partes de la realidad que a veces no le dejan tiempo, tiempo para pintar: vivir consume múltiples horas del día, las relaciones personales, más; y, además de notarse en los cuadros el efecto de sus afectos universales, a la persona de arte nunca se le puede olvidar que es animal social. No debe.